La aceleración
vertiginosa a la que nos vemos sometidos, en la que confluyen tres actores que
están transformando el mundo que conocemos -la tecnología, la conectividad y el
crecimiento de los next eleven-,
hacen que el libre mercado se
convierta en el marco adecuado para la generación
de riqueza.
Esto trae también
desigualdades y pobreza, puesto que este sistema trae demasiado para muy pocos,
y es aquí donde los gobiernos deberían
estar como contrapeso para equilibrar
la balanza especialmente entre los más desfavorecidos.
El problema es, lo que
en un reciente articulo de Fernando del Pino Calvo-Sotelo en Expansión
titulaba, la patología del poder: “…quien detenta el poder se vuelve
indiferente a lo que piensan los demás, alimenta la fantasía de que su
comportamiento nunca va tener consecuencias negativas, se considera por encima
del bien y del mal y naturaliza las conductas más inapropiadas… así que la
forma de conseguir defender la libertad de los ciudadanos, es limitar esa misma libertad en quienes
gobiernan: Estado reducido… imperio de la Ley… estricta separación de poderes…
limitación de mandatos… trasparencia total… rendición de cuentas…”.
En España estamos
sufriendo todos los ciudadanos las terribles consecuencias de la inexistencia
de estos limites, y aún existiendo algunos de ellos no se aplican con
rigurosidad, dado que la misma clase política que va conformando gobiernos a lo
largo de los años adapta continuamente las reglas del juego a su conveniencia,
y el contrapeso que justificaría su existencia, que no es otro que una vocación
de servicio público, desaparece dejando paso a: “el que parte y reparte se
lleva la mejor parte”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario