lunes, 4 de marzo de 2013

El que parte y reparte se lleva la mejor parte





La aceleración vertiginosa a la que nos vemos sometidos, en la que confluyen tres actores que están transformando el mundo que conocemos -la tecnología, la conectividad y el crecimiento de los next eleven-, hacen que el libre mercado se convierta en el marco adecuado para la generación de riqueza.

Esto trae también desigualdades y pobreza, puesto que este sistema trae demasiado para muy pocos, y es aquí donde los gobiernos deberían estar como contrapeso para equilibrar la balanza especialmente entre los más desfavorecidos.

El problema es, lo que en un reciente articulo de Fernando del Pino Calvo-Sotelo en Expansión titulaba, la patología del poder: “…quien detenta el poder se vuelve indiferente a lo que piensan los demás, alimenta la fantasía de que su comportamiento nunca va tener consecuencias negativas, se considera por encima del bien y del mal y naturaliza las conductas más inapropiadas… así que la forma de conseguir defender la libertad de los ciudadanos, es limitar esa misma libertad en quienes gobiernan: Estado reducido… imperio de la Ley… estricta separación de poderes… limitación de mandatos… trasparencia total… rendición de cuentas…”.

En España estamos sufriendo todos los ciudadanos las terribles consecuencias de la inexistencia de estos limites, y aún existiendo algunos de ellos no se aplican con rigurosidad, dado que la misma clase política que va conformando gobiernos a lo largo de los años adapta continuamente las reglas del juego a su conveniencia, y el contrapeso que justificaría su existencia, que no es otro que una vocación de servicio público, desaparece dejando paso a: “el que parte y reparte se lleva la mejor parte”.